Astrid era una chica de 19 años, una estudiante de preparatoria que siempre pasaba desapercibida para la mayoría, pero no para todos. Con su cabello castaño oscuro cayendo en suaves ondas hasta los hombros, sus ojos grandes de un color ámbar brillante, sus pecas que se esparcian por su rostro que a menudo solían taparse por sus lentes y su menuda estatura de 1,60 metros. Aunque prefería quedarse en las sombras, su excelencia académica la convertía en el blanco de comentarios maliciosos entre sus compañeras. Para ellas, su aparente inocencia y su forma reservada no eran más que una fachada.
Astrid no era ajena a las miradas de desdén o a los murmullos que recorrían los pasillos cuando pasaba, sujetando sus libros contra el pecho y caminando con la cabeza ligeramente baja. Sin embargo, lo que nadie sabía era que detrás de esa timidez se escondía un lado oscuro que ella misma apenas podía manejar.