Crecí entre migajas,
en casa no hubo banquetes,
solo palabras que herían,
comentarios que dolían más que el hambre.
De mi madre aprendí
que el cariño también podía ser filo,
que en vez de abrigo
me esperaba un juicio frío.
Y en el amor…
la historia se repitió,
migajas disfrazadas de promesas,
caricias que no llenaban el vacío.
Aun así, mi pecho guarda una chispa,
la esperanza de que alguien llegue
sin mitades, sin engaños,
que me dé el pan entero,
y me libere de estas cadenas
que por años me atan al dolor.